Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974) ha publicado ensayos que han aportado claves fundamentales al mundo contemporáneo como Sueño y mentira del ecologismo (2008), La democracia sentimental (2016), Antropoceno. La política en la era humana (2018) y Nostalgia del soberano (2020). Ahora, acaba de publicar Desde las ruinas del futuro. Teoría política de la pandemia (Taurus), una mirada crítica, analítica y abierta a la reacción política y social ante el coronavirus.

-En su libro vuelve a incidir en la consideración de lo humano como objeto político desde un prisma medioambiental, inseparable del mundo natural. ¿Podemos establecer aquí algún vínculo entre el el coronavirus y el cambio climático como principal agente del Antropoceno?



-Sí, de alguna forma el libro insiste en el asunto de la vulnerabilidad humana frente a las inclemencias ambientales y biológicas. Ahora bien, las bacterias y los virus constituyen una amenaza diferente en relación con el cambio climático: estaban ya antes que nosotros y seguirán estando cuando nosotros no estemos. Representan una amenaza muy atávica. Las epidemias son propias del sedentarismo humano, no aparecen antes. Con todo esto, aunque me habría gustado encontrar vínculos más fuertes con el cambio climático y el Antropoceno, lo cierto es que no acabo de encontrarlos. El coronavirus es una cuestión también muy atávica, un poco como si todo hubiese empezado con la compra de un murciélago troceado en un mercado chino. Si tuviera una relación más directa con la industria alimentaria, como la gripe aviar, todo habría sido muy distinto. Pero sí, pensadores como Sloterdijk prestan mucha atención a la inmunología y a la separación del ser humano de su entorno. Se da ahí una distinción entre el hombre y la naturaleza que puede tener sentido en un orden analítico, para distinguir entre el origen natural y el orden social de algunos fenómenos, aunque puedan darse otros híbridos como el mismo cambio climático. El virus tendría una ocurrencia más natural aunque se refleja con características distintas dependiendo de la sociedad en la que aparezca. Pero sí, la vulnerabilidad ecológica y biológica del ser humano es una cuestión clave aquí, y eso debería llevarnos, tal vez, a un sentido común de humanidad asentado en la noción de especie.

-Pero, ¿esa noción no entraña el riesgo de dar por bueno el racismo científico del siglo XIX que mantiene vivo el nacionalismo?

-Es complicado. De hecho, el virus discrimina en distintos sentidos: afecta más a los más débiles y vulnerables, y parece que hay un mayor contagio entre hombres que en mujeres. Cada virus tiene su incidencia particular de contagio, y ya hemos vivido estigmatizaciones sociales y culturales en este sentido, como ocurrió con la comunidad homosexual y el sida. En contextos más puritanos, la sífilis estaba asociada a la promiscuidad. De alguna forma, la historia de la cultura es también la historia de la recepción de las epidemias. El virus puede decir de sí mismo que lo que no lo mata lo hace más fuerte: el ébola circula poco porque la gente se muere, pero el virus se nutre de esa capacidad para seguir matando. Pero sería renunciar al matiz intelectual la posibilidad de vernos como una especie biológica, además de otras muchas cosas, para ver todo un espectro de amenazas que tienen que ver con una cualidad animal que es un hecho. Yo utilizo la noción de especie justo en la dirección contraria a como lo hacen los eugenismos y nacionalismos: la especie abarca a todos sin excepción, aunque pueda tener manifestaciones diversas. Es sólo el reconocimiento mínimo de un hecho innegable: la posibilidad de que todos muramos a causa de un virus o de un planeta inhóspito existe, es real. El uso espurio de la noción de especie en el pasado no debería impedirnos hoy día hacer un uso más ilustrado y más cauto.

“La identidad de esta enfermedad es global. No veo que el virus haya aumentado el odio xenófobo”

-¿Es optimista al respecto?

-Bueno, la conclusión de Desde las ruinas del futuro hace referencia a un pesimismo ilustrado.

-Pero ilustrado, al menos.

-Sí, yo apuesto por una ilustración con una mayor autocrítica. Frente a aquel abandonarse por exceso de crítica de la postmodernidad, lo que no dejaba de ser una introspección lúdica de la modernidad, la misma modernidad tiene una sombra que se prolonga durante dos siglos pero que tiene un cabo suelto que es el mundo natural, que no ata la ilustración si bien la percepción general de la modernidad era la de un mundo por estrenar. La percepción actual es la de un mundo que va gastando porque lo estamos usando, y eso requiere una ilustración más autoconsciente. El pensamiento ha ido incorporando en los últimos años esta noción y todo depende de cómo queramos verlo: el ecologismo político nace en 1970 y corresponde preguntarse si hemos conseguido mucho o poco. Creo que el ritmo de aprendizaje de la especie humana es bastante elevado, aunque habrá quien pueda sentirse decepcionado por la demora a la hora de incorporar a la legalidad determinados sentimientos y creencias. La humanidad tarda en aprender de sus errores, y si no lo hiciera hoy nos enfrentaríamos a otros problemas. Una vez que se vuelve a cierta normalidad se irá olvidando todo lo relativo a la pandemia, pero justo por eso habría que reforzar este punto de vista, el de lo humano como especie biológica. No hay que olvidar que la identidad de esta enfermedad es global, está claro que nos enfrenta a todos. Por eso no comparto algunos argumentos que sostienen que ha aumentado el odio xenófobo a cuenta del virus. No lo veo así.

-Como acontecimiento objetivo, ¿significará el coronavirus el fin de la postmodernidad?

-Las tesis construccionistas de la postmodernidad están siendo contestadas ya desde hace años por tesis que señalan claramente los límites del construccionismo, lo que no quiere decir que la construcción social de los fenómenos no exista, pero sí que esa construcción no lo explica todo. El virus es un puñetazo sobre la mesa por parte de la materialidad, aunque, curiosamente, si lo piensas, la eclosión de la postmodernidad coincide con el virus del sida en los años 80, lo que demuestra que uno puede defender su creencia ante algo tan contundente como un virus. También es cierto que el contexto cultural actual, cuando ya se ha avanzado un buen trecho en la crítica de la postmodernidad, es diferente. Seguramente, el hecho de que la derecha populista haya hecho un uso tan astuto de nociones propias de la postmodernidad como la de postverdad nos debería llevar a pensar que tal vez hemos ido demasiado lejos con ese discurso. Ya la industria tabaquera hizo un uso inteligente de estos términos ante las campañas agresivas contra el tabaco y lo mismo ha pasado con el cambio climático: usted me dice que no hay verdad y sin embargo me dice que me crea lo del cambio climático, ¿en qué quedamos? Estas disyuntivas ponen en un aprieto a los postmodernos. Ahora tenemos un nuevo realismo que nos dice que, aunque sólo podamos percibir la realidad a través de nuestro aparataje sensorial, la realidad material existe. Lo que nos llega es una intuición que puede ser insuficiente pero que, en todo caso, nos desautoriza a negarla. Esto conecta con el Antropoceno de una manera muy interesante: si la realidad sólo existe cuando existe el ser humano, ¿cómo se formaron los continentes? Está claro que hay acontecimientos primordiales que preceden a nuestra existencia. Esto es compatible con la recepción cultural de un virus y con la atención a los procesos sociales en la generación del conocimiento. Lo que no podemos es pensar que nosotros creamos esa realidad. Hay una realidad que nos trasciende, por más que esto pueda llevarnos a una desesperación pascaliana por aquello del vacío infinito.

-¿Y de los populismos?

-No creo que el populismo caiga tan fácilmente. Me parece que los factores que los impulsan son otros y que el virus no basta para ponerles freno. Los populismos tienen que ver con las expectativas defraudadas en el siglo XXI: en los años 90 empezó una época de optimismo que empezó a torcerse a partir de 2001. Esto coincide con la fragmentación de las democracias y con algo fundamental como es la aparición de las redes sociales, que cambian la conversación pública de una manera que favorece mucho a los populismos. Los baños de realidad son malos para el populismo, pero sospecho que haría falta un deterioro socioeconómico más fuerte. Lo que me preocupa es cómo el cuerpo político se deja contaminar por el populismo en su conjunto, cómo formaciones no populistas, que no hacen distinciones entre pueblo y establishment, terminan reformulando esa línea divisoria en cualquier otro campo, como entre derecha e izquierda, por ejemplo. Esto conduce a una discusión sobre la legitimidad de los actores en la democracia, cuando la democracia consiste en que estamos todos dentro y hay que debatir qué decisiones queremos adoptar. Esas tendencias no se van a frenar por un virus. Aunque no estamos en condiciones de hacer predicciones políticas. La afectividad sigue teniendo aquí una gran influencia.

“Que los partidos liberales atiendan al medio ambiente significa el fin de una anomalía en España”

-Pero, ¿un mayor deterioro socioconómico no vendría a dar oxígeno al populismo justo cuando más desgastado pudiera estar por tener que tomar decisiones de Gobierno, que afectan a la vida de mucha gente?

-Sí, un rasgo propio de los populismos es la espectacularización de las crisis, la intención de aunar malestares, de que todo el que se sienta perjudicado pueda unirse contra una élite. En España esto podría pasar en la derecha, porque la izquierda ya está en el poder. Veremos si eso tiene fuelle. El éxito de Podemos se basa también en decirle a la gente lo que quiere oír en la crisis, lo que, viniendo de una izquierda contestaria, puede convertirse en una oportunidad para Vox, claramente. Pero puede suceder también que ante una mayor inestabilidad emerja la imagen del PP como un partido refugio, gestor. A lo mejor le dicen los españoles al PP “oiga, arregle usted esto”. La derrota de Trump no deja de ser un signo curioso, aunque se trate de un personaje excéntrico, que no tiene el pedigrí populista de Marine Le Pen. Y por esto no creo que el trumpismo pueda sobrevivir a Trump. Eso sí, una crisis es siempre una oportunidad para el populismo.

-En el debate sobre la pasada moción de censura, Pablo Casado citó las políticas medioambientales como una de las diferencias fundamentales entre el PP y Vox. ¿Cree que está ya consolidada la adopción del ecologismo en los partidos liberales?

-Sí, hay una tendencia al alza que se ve en la creación de fundaciones y think tank desde cierto conservadurismo a favor del medio ambiente. Pero esto significa en España el fin de una anomalía: en Austria y Alemania, los partidos de centro derecha llevan años asumiendo el medio ambiente como una cuestión prioritaria en sus gobiernos. Y más a la derecha Vox se está quedando solo, porque incluso Marine Le Pen está abordando ya la cuestión. Todo esto es lógico: el medio ambiente es algo que nos concierne a todos. Y si eres conservador, se supone que quieres conservar. Si eres liberal, tienes acceso a una panoplia más amplia de políticas ambientales, puedes apostar decididamente por ciertas tecnologías limpias y por otras muchas herramientas. Al conservadurismo no le conviene alejarse de estas posiciones. El problema es que en España los nacionalismos ocupan una parte demasiado grande de la opinión pública. Nos vendría bien una opinión pública más moderna que abordara estos asuntos. Precisamente porque el medio ambiente exige soluciones complejas, cada uno puede aportar las suyas al debate público. No debería haber monopolios aquí.

-¿Propiciará el éxito actual de los partidos verdes en Europa la reacción desde la izquierda?

-Es verdad que en Alemania el Partido Verde está muy arriba en los sondeos. Pero piensa que la idiosincrasia del Partido Verde alemán es muy singular: es un partido burgués, cosmopolita, confiable como dirían en Latinoamérica, que se ha ganado a pulso su condición de partido de gobierno. En España, la bandera del ecologismo ha estado tradicionalmente en manos de la izquierda radical y ha estado asociada a posiciones maximalistas. Nos ha faltado por eso un discurso más posibilista y moderado, aunque no por ello menos firme en sus convicciones. Pero corremos el peligro de encontrarnos con una hipermoralización del problema medioambiental. Un poco como pasó con el Madrid Central de Carmena, como si sólo unos tuvieran derecho a hablar de esto. Es un problema, sobre todo, por el rechazo que puede generar al otro lado. Así que todo dependerá del modo en que la izquierda enarbole lo verde. Una política de imposición más que de consensos mínimos sería un desastre. España firma muchos tratados y cumple pocos. Esto debería ser una política de Estado, no algo coyuntural para arrojar al contrario. En cuanto a Vox, bueno, su defensa de la caza y la tauromaquia lo deja en una posición delicada, aunque estos valores no tienen que ser contrarios al conservacionismo.

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