Federico Joly Velasco nació en San Fernando en 1830, hijo del matrimonio de la isleña Manuela Velasco y Moya con Charles Joly, un oficial francés de los que vinieron en la expedición del Duque de Angulema y que, como tantos otros, permaneció en La Isla porque la administración francesa tardó en cobrarse el coste de la intervención de ‘los cien mil hijos de San Luis’.

La agudeza empresarial de Federico Joly se dejó notar desde su juventud. A partir de la imprenta de La Revista Médica, una de las más prestigiosas de la ciudad y bajo cuya propiedad llegaría a ser una de las más importantes de Andalucía, nace Diario de Cádiz el 16 de junio de 1867. En aquella época se publicaban, entre otros periódicos políticos, El Comercio, La Palma, El Constitucional, El Peninsular y El Eco de Cádiz. Los dos últimos tuvieron que suspender sus tareas como consecuencia de las draconianas leyes del General Narváez, justo en una época en la que nacían tantos diarios como desaparecían al abusar de su visión partidista.



Fue por entonces cuando Federico Joly Velasco consideró que un periódico independiente, atento siempre a las conveniencias y a “los intereses materiales y morales de Cádiz y su porvenir” podría ser útil y obtener el favor del público. El editorial del primer número de Diario de Cádiz ya expresaba su intención de diferenciarse claramente de la prensa de partidos, gracias a la visión de un editor adelantado a su tiempo, que supo hacer un diagnóstico certero de un negocio floreciente. Todo esto en tiempos políticamente muy revueltos: “Independientes por carácter no nos prestaremos a ser órganos de nadie… Así, pues, dentro de este terreno, desligados de toda clase de compromisos, podemos movernos desembarazadamente sin estar supeditados por ajenas inspiraciones”. Con el novedoso planteamiento empresarial, Diario de Cádiz se anticipó varios años a lo que después fue moneda corriente en el periodismo español. A los pocos meses de su nacimiento el periódico vivió la Revolución de 1868, La Gloriosa, en la que Cádiz tuvo un papel fundamental, y en 1873, el movimiento cantonalista, acontecimientos que reflejó con una amplitud de datos y una objetividad nada frecuentes en la época, que le hicieron ganar el prestigio. Eso le llevó a sufrir la censura y a perderse la salida a la calle en varias jornadas.

Diario de Cádiz obtuvo así un éxito temprano empujado por las dos fuerzas más genuinas de la historia de la ciudad, la libertad y la independencia, ambas herederas del esplendor del comercio marítimo del siglo anterior y las ideas liberales plasmadas en la Constitución de 1812. En pocos años logró ser el periódico de mayor tirada y reputación de la provincia y uno de los de mayor difusión de Andalucía.

El carácter emprendedor de Federico Joly, que como todos sus sucesores se volcará en la tenaz atención a los contenidos y la prosperidad de su periódico, le llevó a contratar un servicio de noticias nacionales e internacionales, nada habitual por entonces en la prensa española y mucho menos en la local. A finales del siglo XIX comenzó a publicar una edición vespertina que superó en muchas ocasiones la difusión del periódico de la mañana. Sería conocida como “La Hojilla”, una publicación con contenidos renovados y con incidencia especial en asuntos locales. Precisamente en esta edición de tarde se publicó la primera fotografía en la historia de Diario de Cádiz, correspondiente a las pruebas del submarino de Isaac Peral el 30 de agosto de 1889.

Federico Joly Velasco murió en 1918, a la avanzada edad de 88 años, dejando como principal legado la que hoy en día es la empresa periodística más antigua de España. Por entonces Diario de Cádiz ya caminaba bajo la dirección de su hijo, Federico Joly Diéguez, que venía colaborando con el fundador desde cuatro décadas atrás. Con motivo del cincuentenario del periódico en 1917, escribió lo siguiente: “La obra inmensa de honradez, de trabajo y de celo por el bien público que constituye la historia del Diario de Cádiz, tiene en mi padre su representante natural. Independiente, recto, justo, en cuanto ello humanamente es posible, laborioso como muy pocos. Modelo de ciudadanos útiles y de ejemplares jefes de familia, cábele el dulce contentamiento de ver triunfantes sus obras con el sereno y lícito orgullo de ser acreedor a honores y distinciones y de no haber recibido ni deseado ninguno que no sea lo más acomodado a sus gustos modestos. La fama apacible, pero sólida, de su reputación acrisolada y el respeto unido a su nombre en todas partes donde se habla de Cádiz”.

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