Gregorio Marañón y Bertrán de Lis, actual presidente del Teatro Real, ha vivido la política española desde poco antes de la Transición hasta el momento actual desde una privilegiada posición trasera. Y no como observador, sino, a veces, con actor. Ahora publica sus memorias, Memorias de luz y niebla.

–¿Usted ha sido un hacedor de acuerdos en la política, la cultura y la empresa?



–Dejémoslo en que, a lo largo de mi vida, por mi forma de ser, siempre he procurado encontrar un acuerdo que permitiese superar el conflicto. Pero también he ejercido mis responsabilidades cuando no procedía negociar.

–Hay que ser un gran pontífice, entendido como constructor de puentes entre hombres, para conseguir que ‘Abc’ le publicase un elogio a Jesús de Polanco. Buen regalo.

–Fue, ante todo, un regalo muy liberal que me hizo Abc y que Jesús recibió con amistosa ilusión, abriendo con mi artículo la celebración de su 70 cumpleaños.

–Hasta en dos ocasiones, usted ha intervenido, de modo personal, en un intento de colaboración duradera entre dos grandes partidos españoles. Una vez, a petición de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando el PSOE estaba en la oposición a Mariano Rajoy, y la segunda, entre Albert Rivera y Pedro Sánchez cuando el actual presidente del Gobierno necesitó un aliado. Entiendo que para usted fue más dolorosa la segunda.

–Ambas situaciones son comparables. Si Mariano Rajoy hubiera aceptado la propuesta de diálogo de Alfredo Pérez Rubalcaba, habría demostrado tener visión de estadista, y su mandato habría sido políticamente más fecundo. Y, a su vez, no tengo ninguna duda de que, si se hubiera alcanzado el pacto entre el PSOE y Ciudadanos, la política española sería hoy mejor y Ciudadanos se habría fortalecido.

–En su libro cuenta, con cierta incomprensión, aquellos meses de verano en los que Albert Rivera estuvo fuera, desaparecido, preludio de la estrategia postrera que le llevaría al fracaso electoral. ¿Sigue teniendo Ciudadanos una función en España?

–Estoy convencido de que es así. Aunque soy partidario de un sistema bipartidista, cuando se impone el multipartidismo, el partido que representa la centralidad tiene siempre, a izquierda y derecha, una importante función que desempeñar, si es capaz de pactar con unos y otros.

–En política, usted viene del centro de la Transición y, antes, de la oposición al franquismo de la mano de un catedrático sevillano que también influyó mucho en Felipe González, Manuel Giménez Fernández. ¿El centro es su espacio político o una actitud?

–Soy centrista, esto es, liberal, tanto por talante como por convicción ideológica. Y por ser más preciso, me identifico con un centrismo socialmente progresista.

–Usted decidió, sin embargo, no entrar en política con cargos. Rechazó varios puestos y a Zapatero, el de ministro, pero siempre ha estado en la trastienda del poder.

–En una democracia la política no es responsabilidad exclusiva de los políticos, sino que incumbe a todos los ciudadanos. En este sentido, desde la sociedad civil se puede, y se debe, participar en la política sin necesidad de quedarse en la trastienda.

–Ha habido bancos, caso de Urquijo, donde trabajó tantos años, que estuvieron muy cerca de la política y, sobre todo, de la cultura. Supongo que trabajar con Muñoz Rojas fue un privilegio. ‘Las cosas del campo’, que él escribió en Antequera, es una de las grandes obras de la prosa poética española.

–Como cuento en mi libro, estar amistosamente cerca de José Antonio Muñoz Rojas fue un regalo. Distinto era trabajar con él, y de ahí que yo habría dejado el Banco, como anuncié, si no me hubiera propuesto él mismo para que le sustituyera muy pronto. Nunca olvido lo que decía Leopoldo Calvo Sotelo de José Antonio: “No es que vaya a Antequera algunas veces, sino que algunas veces viene a Madrid”.

–Desconocíamos que, en un principio, no le gustaba nada la ópera. Debe ser muy común, los hay quien la ama y quien la odia. ¿Recomendaría comenzar con ‘La Traviata’?

–A quien le guste el teatro y la música, por fuerza tiene que gustarle la ópera. En mi adolescencia, Madrid no tenía un teatro de ópera, y yo crecí sin aprender de qué se trataba hasta que presencié Aída en Buenos Aires. Empezar con La Traviata está muy bien, pero hay óperas contemporáneas como Billy Bud, de Britten, o Into the little hill de George Benjamin, que, a mi juicio, serían también excelentes introducciones.

La programación del Teatro Real es muy ecléctica, hay clásicos y hay óperas contemporáneas. ¿La polémica de si Verdi o si Wagner está superada?

–Wagner fue un rompedor, pero hoy ya es un clásico. Y La Traviata, que hoy es una ópera que entusiasma a todos los públicos, provocó un terrible escándalo cuando se estrenó. El gran innovador del género operístico actual fue Gerard Mortier, que recuperó el profundo sentido teatral que tuvo en sus orígenes, al tiempo que hacía una decidida apuesta por ampliar el repertorio con la música del siglo XX.

Sevilla es la ciudad que más veces se cita en obras operísticas. Tiene relación con esta ciudad, aunque no sé si habrá “entrado”.

–La Sevilla de hoy es una ciudad socialmente mucho más abierta de lo que era hace años. Desde mi adolescencia, algunos de mis mejores amigos eran sevillanos y con ellos conocí muy bien Sevilla desde dentro… Estoy casado con una sevillana y nada de Sevilla me es ajeno.

–¿Ha cambiado esta ciudad?

–Desde luego Sevilla ha cambiado muchísimo, y para bien, como también lo está haciendo esa otra gran ciudad andaluza que es Málaga. Andalucía sería para mí, después de Castilla, mi otro territorio de arraigo.

Usted participó en su juventud en una campaña de alfabetización en la sierra de Huéscar, en Granada. ¿Fue el bautizo de su conciencia social?

–Mi conciencia social antecedía a mi decisión de participar en la campaña de alfabetización. Fue una experiencia inolvidable y, en cierto modo, constituyente de mi personalidad. Descubrí la España más pobre en un momento en el que nuestro país aún no había salido del subdesarrollo. El cortijo en el que vivía, y a cuyos habitantes yo daba clase, carecía de luz eléctrica y de agua corriente. Sus veintitantos pobladores eran analfabetos. Comíamos una vez al día, sin platos ni cubiertos, usando las manos y las navajas. Yo dormía en el horno de pan o en la era. Muchos años después, cuando celebrábamos el IV Centenario del Greco, me llegó una carta, sin más señas que mi nombre, la palabra Cigarral y Toledo. Estaba escrita por una de mis alumnas de entonces, a la que yo había enseñado a leer y escribir siendo ella adolescente. Me había visto en la televisión y decidió escribirme para agradecerme lo que hice por ellos aquel verano, y añadir que mis clases fueron las primeras y las últimas que recibieron en su vida. Me emocionó mucho leerla.

También ha pasado mucho tiempo en El Puerto. Fue allí donde se reunió con Juan Luis Cebrián y Augusto Delkáder, entonces subdirector de ‘Diario de Cádiz’, y no sé si entonces ya se tenía en mente lo de sacar ‘El País’.

–Después de aquel verano Juan Luis fue nombrado director de El País, y Augusto le ayudó decisivamente a la salida del periódico. Luego, Augusto asumió durante un año la dirección del Diario de Cádiz incorporándose posteriormente a Prisa, donde realizó una extraordinaria carrera. Primero fue director adjunto de El País y, luego, consejero delegado de la SER. Pero nunca cortó con sus raíces andaluzas y mantuvo siempre vivo su afecto por los editores del Diario de Cádiz.

De Cebrián, apunta, dice usted que era directivo de la “televisión franquista” de entonces. ¿No ha acabado bien con él?

–Sigo sintiendo un gran afecto por Juan Luis, y le considero uno de los tres mejores periodistas de mi tiempo. Otra cosa son los hechos acaecidos en Prisa en 2017.

¿Qué es más complicado? ¿El mundo de la banca o del periodismo?

–Son muy diferentes e incomparables. En una democracia se precisa tanto un sistema financiero saneado como medios de comunicación independientes. Y ambos mundos pueden ser infinitamente complicados.

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *