La primera muerte registrada por Covid-19 en Andalucía fue el 2 de marzo de 2020. La portada de Diario de Sevilla del día siguiente se ilustró con una foto del vía crucis que, cada Cuaresma, organiza el Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla. La imagen era la de una calle del centro de la ciudad abarrotada de personas que no llevaban mascarillas y un grupo de portadores llevando en sus hombros al Cristo de los Gitanos. Se informaba también en esa portada de que Andalucía ya no tenía a ningún paciente con coronavirus en sus hospitales, ya que el primer ingresado que hubo en la comunidad había recibido el alta. ¿Por qué no fue noticia ese fallecimiento? Sencillamente porque no se supo, en tiempo real, que aquel paciente anónimo había muerto por la enfermedad provocada por el SARS-CoV-2.

Es una muestra de la principal dificultad a la que se han enfrentado los poderes públicos y los profesionales sanitarios desde el estallido de la pandemia, la falta de información sobre un patógeno que ha puesto en jaque a la sociedad y las fórmulas para combatirlo. La muerte de aquel primer paciente el 2 de marzo indica que esa persona se contagió, como mínimo, un par de semanas antes, es decir, que el virus ya estaba circulando por Andalucía desde mediados de febrero.



No fue hasta un mes después cuando la comunidad, como el resto del país, se enfrentó al confinamiento decretado por Pedro Sánchez el 14 de marzo con el estado de alarma. El objetivo era evitar que la falta de herramientas para parar el virus provocase un colapso en el sistema sanitario que estaba empezando a ser golpeado por el patógeno silencioso que ya mataba cuando los ciudadanos debatían sobre la idoneidad de ponerse mascarillas o de ir a comprar papel higiénico a un supermercado abarrotado.

Ese primer paciente ingresado del que se hablaba en este periódico en su portada del 3 de marzo de 2020 fue también el primer español que se contagió de Covid-19 sin acudir a los territorios considerados entonces de riesgo, es decir, China o el norte de Italia. Enfermó en Málaga, en un viaje de trabajo, y en las entrevistas que ofreció desde el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla se encargó de dejar claro que este virus no es ninguna broma y dista mucho de parecerse a una gripe.

A principios de esa semana, el Palacio de San Telmo vivió una rueda de prensa multitudinaria. Cinco consejeros, cinco, vendieron a bombo y platillo el superdecreto de simplificación burocrática, principal proyecto legislativo del Gobierno de PP y Ciudadanos para todo el mandato. Entre los cinco miembros del Ejecutivo que bajaron aquel día al salón de actos no estaba el consejero Jesús Aguirre. La siguiente comparecencia que se produjo en esas mismas dependencias, donde ya sí estaba Jesús Aguirre, fue ante unas butacas vacías y posterior a la reunión del gabinete de crisis que la Junta puso en marcha en los primeros compases de la pandemia.

Antes de la declaración del estado de alarma, la clausura fue paulatina. El 10 de marzo, la Junta limitó las visitas a los hospitales de acompañantes. Todavía no había comenzado la polémica por la falta de mascarillas y los equipos de protección individual (EPI) eran un concepto desconocido fuera de círculos sanitarios. El 11 de marzo el Parlamento de Andalucía tuvo que clausurar su actividad porque la mayoría de los diputados de Vox habían pasado el fin de semana en Madrid, donde la formación de Santiago Abascal celebró su congreso y donde se produjeron varios contagios tan sonados como el de Javier Ortega Smith. Ese mismo día, la Junta cerró los centros de días entre rumores de la declaración del Estado de alarma y un posible confinamiento que ya había dejado vacío el monumento más visitado de España, la Alhambra de Granada. En ese contexto, el día antes del cierre decretado por Sánchez, se produjo un pequeño éxodo a las provincias costeras que provocó cierto pánico y no pocas críticas.

Ese fin de semana, la presencia de los militares de la UME comenzó a hacerse habitual en las calles de la comunidad, que se quedaron vacías en plena cuaresma, con las cofradías repartiendo sus papeletas de sitio para las salidas procesionales de Semana Santa que acabaron suspendidas. El objetivo, en aquel momento, ya no era sólo evitar aglomeraciones que pudieran propagar el Covid-19, sino evitar un colapso sanitario que provocó que, el 16 de marzo, quedaran suspendidas todas las operaciones que no fueran de urgencia u oncológicas para dejar libres las UCI. En aquel momento era inimaginable que, como ocurrió después, vinieran una segunda y una tercera ola que multiplicó la presión hospitalaria hasta llegar a casi 5.000 pacientes ingresados con Covid a finales del pasado enero.

Ese mismo 16 de marzo, el Hospital Regional de Málaga puso en marcha de forma pionera lo que hoy se conoce “circuito Covid”, es decir, reservó parte de sus instalaciones para que fueran atendidos los pacientes con sospecha de haberse infectado de SARS-CoV-2. Es una de esas prácticas generadas por la pandemia que han venido para quedarse, al menos, hasta que la mayoría de la población esté inmunizada y el virus se convierta en endémico como ocurre, por ejemplo, con la gripe estacional. Está por ver qué ocurre con otras prácticas, como el uso de mascarillas en interiores cuando se coge un catarro o la profusa desinfección útiles y superficies.

En marzo de 2020, más allá de la protección individual, los poderes públicos optaron por redoblar la limpieza incluso en las vías públicas. Hoy, según indican los expertos, sabemos que aquello tuvo mucho de sobreactuación, aunque sin alevosía. Entonces no se sabía exactamente cómo se transmitía el virus. Un año después el consenso entre los científicos es que es muy difícil contagiarse con las partículas del coronavirus que quedan en las superficies tras ser expulsados por las vías respiratorias de un infectado. Otro cambio de paradigma en la lucha contra un enemigo –todavía– desconocido, pero que se ha convertido en parte de la vida cotidiana de los casi ocho millones y medio de andaluces y de gran parte de la población mundial.

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