El planeta entero ha sentido una sensación de alivio después de los sucesivos anuncios de los tres laboratorios que han ido informando de la viabilidad de sus vacunas. El alivio, sin duda, está justificado; también la euforia de las empresas farmacéuticas que, pese a no haber hecho públicos aún los resultados provisionales de la eficacia de sus medicamentos, han logrado en un periodo de tiempo insólito la fabricación de las vacunas. Sin embargo, como ya avisó el virólogo sevillano Fernando Aranzana, pese a las vacunas, nadie sabe aún cuándo dejará el coronavirus de ser un problema de salud pública.

Como también recordó Arenzana, director de la Fundación del Instituto Pasteur en Shanghái, las primeras vacunas –las que están en este momento en liza– servirán para reducir los efectos más graves del Covid-19 a las personas a las que se les inyecte, pero no será hasta la segunda generación de vacunas cuando el coronavirus deje de propagarse, es decir, deje transmitirse de persona a persona.



Para que el virus deje de diseminarse entre la población es requisito que las vacunas, una vez inoculadas, provoquen lo que se conoce como inmunidad esterilizante, algo que no se conoce hasta la fecha sobre los primeros fármacos que están por venir. Hay vacunas ampliamente usadas –la del meningococo B es un ejemplo– que sólo protege a la persona a la que se le ha administrado, pero no a su entorno. Aunque ese individuo no sufra los efectos de la enfermedad ni presente sus síntomas más corrientes –estos es, que genere inmunidad funcional–, puede reproducirla en su interior y, por tanto, puede contagiarla a a su entorno, pues no se ha creado la inmunidad esterilizante.

Nadie sabe qué tipo de inmunidad producirán las próximas vacunas, las que estarán en pocas semanas en circulación, aunque no son pocos los virólogos que han anticipado que no impedirán que el coronavirus siga expandiéndose. Esto es así, explica Rosario Cáceres, experta en vacunas del Colegio de Farmacéuticos de Sevilla, por la naturaleza de este virus y por la vía de administración de estos fármacos.

El coronavirus, señala Cáceres, como paso previo a descender hacia los pulmones, comienza a reproducirse frenéticamente en el tracto nasofaríngeo –en la nariz y la garganta–, una capacidad infectiva que puede mantener en la zona aunque la vacuna anule los efectos más graves en el sistema respiratorio inferior. Así son los efectos de las vacunas de administración intramuscular o intradérmica. Otra historia será el resultado que ofrezcan las futuras vacunas de aplicación nasal, algunas de las de segunda generación.

Tampoco existe una certeza de que las vacunas ahora en marcha sean capaces de provocar la inmunidad total –esterilizante–, pues es algo que no se ha medido en esta fase de los ensayos. Raquel Carnero, farmacéutica especialista en vacunas, explica que el desarrollo de los ensayos clínicos de Pfizer y Moderna –dos productos cuyas primeras dosis estarán en circulación no más tarde de enero– no ha calibrado su capacidad esterilizante.

La eficacia que han referido estas empresas ha sido determinada frente a los síntomas del Covid-19, no frente a su infección activa, esto es, frente a la reproducción real del virus en el interior del organismo. Sin haber hecho pruebas PCR a los voluntarios de estas vacunas, tampoco se han detectado por tanto los casos de portadores del virus que son asintomáticos.

La celebración por la llegada de las primeras vacunas están justificadas. Son magníficas noticias, pues hay indicios de una vida más allá del SARS-CoV-2. No obstante, Peter Openshaw, profesor de medicina experimental en el Imperial College de Londres, ha avisado de que sería un “error” suavizar las medidas de control de modo inmediato. La inmunidad de grupo está aún lejos. Un reciente informe de The Royal Society señala además que es probable que las restricciones sigan vigentes durante meses, incluso durante un año. Y también las mascarillas.

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