Camino de cumplirse un año desde la disrupción de la pandemia, la comunidad científica no tiene clara aún la principal vía que emplea el coronavirus para transmitirse de persona a persona. Después de haberse descartado que tocar las superficies y los objetos en los que esté el SARS-CoV-2 sea una fuente relevante de los contagios, queda el aire como medio de transporte viral, la autopista invisible para los patógenos respiratorios.

Pero las certezas en la ciencia tienen un largo camino de ensayos y comprobaciones. Una gran parte de los estudios, hasta la fecha, han puesto el foco en resolver si la entrada del virus al organismo humano se produce mayormente por las grandes gotas que caen al suelo a una cierta distancia o por medio de las gotas pequeñas capaces de flotar por el aire. El conocimiento exacto de la vía de transmisión es capital para la adopción de las medidas preventivas más adecuadas.



La resolución de este interrogante no compete sólo a los epidemiólogos. Los hallazgos de la Física están contribuyendo a replantear el mecanismo viajero de las partículas exhaladas por la nariz y la boca. Los físicos contemporáneos han tenido que romper con verdades que llevan envejeciendo más de un siglo, pues la realidad es más compleja que la que sucede en el laboratorio.

Una distancia establecida en 1897

Lejos han quedado los estudios de Carl Flugge, que en 1897 estableció el límite de dos metros que alcanzaban las grandes gotas que contenían patógenos. Esa medida estándar ha permanecido hasta hoy, al igual que la división de cinco micras que históricamente ha distinguido entre las gotículas de Flugge –las grandes que caen más cerca de los dos metros– y los aerosoles –las pequeñas que flotan más allá–. Esta dicotomía, sin embargo, ha quedado obsoleta a tenor de la evidencia sobre el comportamiento aerodinámico de las partículas. La claves es el continuum entre los tamaños y las distancias en el mundo real, donde difícilmente hay sólo el blanco o el negro.

Bajo esta premisa, y de vuelta al arcano del coronavirus, se manifestaron en julio más de 200 investigadores. En una carta abierta dirigida a las autoridades sanitarias mundiales, avisaron de la transmisión aérea del Covid-19 y de la necesidad de renovar la batería de recomendaciones sociales. En octubre, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC) transigió, refiriendo, en efecto, la “creciente evidencia” de que los contagios pueden producirse por la exposición al virus que viaja en aerosoles bajo “ciertas circunstancias”. Pero no transigió del todo. “La transmisión por aerosoles no es la principal ruta”, ha zanjado por ahora el CDC.

La vía de contagio sigue siendo un misterio

La pregunta, con todo, sigue en el aire. La aparición en los últimos meses de contagios masivos en espacios cerrados, mal ventilados y compartidos por personas que estaban a más de dos metros ha vuelto a traer a la actualidad el misterio de la vía de contagio.

Además de la cada vez más extendida hipótesis de la existencia de eventos supercontagiadores –circunstancias ambientales en las que se producen numerosos contagios– y de personas supercontagiadoras, apenas quedan científicos que dudan de que la transmisión es también cosa de las gotas más minúsculas. El tamaño mínimo de las gotas en el que es viable el virus y las condiciones concretas del ambiente que favorecen su transporte son aún una incógnita.

En el aire pero sin certeza de su capacidad de infección

Los estudios han demostrado que, como la varicela o el sarampión, el coronavirus permanece en el ambiente por un largo periodo de tiempo, pero que el virus sea estable en un laboratorio no quiere decir que tenga capacidad de infectar en el mundo real. De hecho, estas investigaciones concluyen que el SARS-CoV-2 puede propagarse por los aerosoles, no obstante no está confirmado que sean un riesgo cierto para la transmisión de la enfermedad.

Hay una gran variedad de factores que condicionan el contagio. Parece claro que la carga viral que viaja en una gotícula de Flugge o en un aerosol, por mencionar la distinción clásica, es mayor en una tos o en un estornudo que en un resoplido, que a su vez es mayor que en un canto, que a su vez es mayor que en un silbido, que a su vez es mayor que en un grito y etcétera hasta llegar al silencio.

También hay evidencia de que el riesgo es menor en un exterior que en un interior. En los espacios ventilados, el virus se diluye y pierde su poder de ataque. Es igualmente intuitiva la mayor exposición en una aglomeración y la mayor permanencia en esos contextos.

Pero el demonio está en los detalles. Y en ese empeño exorcista están los investigadores. De la rapidez con que se conozcan mejor la influencia exacta de la carga viral, el ambiente de ventilación y ocupación de los interiores o las propiedades de infección de las partículas que caen o flotan en el aire dependerá que haya ciertas normalidades antes de que la vacuna procure la inmunidad generalizada, de una vida razonable durante una pandemia.

Una guía de colores para convivir con el SARS-CoV-2

Las reglas que estipulan la distancia social de dos metros entre personas para reducir la diseminación del coronavirus están fundamentadas en teorías anticuadas sobre el tamaño de las gotas respiratorias que una persona produce en lo cotidiano. Los últimos estudios físicos que, en las exhalaciones de aire, hay gotas de todos las tallas que quedan atrapadas en nubes invisibles de gas para ser transportadas a grandes distancias. Aunque el viaje en sí no implica que, llegados a esas lejanías, los virus tengan capacidad de infección y transmitir por tanto la enfermedad, es importante tener en cuenta la relevancia del papel que juegan la ventilación, el tipo de corriente de aire y la naturaleza de la actividad humana realizada cuando esa nube invisible se estabiliza y queda flotando en un espacio cerrado.

La incertidumbre es mayor cuando se pasa de la ciencia física a la ciencia biológica, pues la transmisión del coronavirus depende en gran medida también de la carga viral que expulsa una persona contagiada, la duración de la exposición y la susceptibilidad del receptor a la infección, pues no siempre son las mismas.

Sobre esta cuestión hay publicado un estudio en la revista especializada British Medical Journal en el que Nicholas R. Jones y un grupo de investigadores proponen una serie de recomendaciones graduadas a las condiciones ambientales, en lugar de la monolítica recomendación de la distancia de los dos metros de la que se ha hablado desde el inicio de la pandemia.

Es una guía de colores que refleja la multitud de factores que influyen en el riesgo de transmisión del virus, proporcionando información de los contextos con más riesgo pero, más importante, de las circunstancias en las que, por su bajo riesgo, los individuos pueden sentirse más en calma con la nueva normalidad.

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *