Un paciente que estaba en una situación laboral precaria y no puede volver a trabajar por las secuelas, una esposa que creyó que su marido se moría y ahora camina 10 kilómetros diarios con él porque está recuperado, dos sanitarios que estuvieron y siguen en primera línea de batalla contra el Covid y el director de una residencia que agradece que existan las videollamadas para que los ancianos mantengan el contacto diario con sus familiares. Son los testimonios de este reportaje. Recogen miedos, desafíos, logros, dificultades, alegrías y satisfacciones de cinco personas. Sólo cinco; un atisbo de las vivencias que deja la pandemia.

Julio Pintos es un superviviente del coronavirus. Estuvo 45 días en la UCI del Clínico. Casi le retiran el respirador porque estaba prácticamente desahuciado. Pero siguió conectado y su cuerpo luchó. Con los cuidados intensivos del hospital, logró salir adelante. Está vivo, pero no es el mismo. Antes, este hombre de 59 años trabajaba como asalariado en el taxi. Ahora no tiene fuerzas, le falta el aire y parte de una pierna se le ha quedado como dormida. “Yo era un negacionista, pero ahora que veo las consecuencias, he cambiado de opinión. Incluso le ha tocado a Trump. Como le queden la mitad de las secuelas que a mí, no lo negará nunca más”, afirma.



Julio tiene dos preocupaciones:recuperar su salud y tener un ingreso. De momento está cobrando el desempleo, pero se le acaba el 14 de noviembre. “Y así no puedo volver a trabajar”, asegura. Esa es la otra cara de los pacientes que han quedado con secuelas importantes y estaban en una situación laboral precaria:Ahora no pueden reincorporarse al mercado laboral, pero tampoco tienen un ingreso. Sostiene que a él, como mucho, le puede quedar la ayuda de 430 euros mensuales de mayores de 55 años. El problema es que Julio era el que traía el sueldo a casa porque su mujer no trabaja.

En cuanto a su salud, los 45 días sedado e inmóvil en la UCI le han dejado los hombros bloqueados. Hace rehabilitación, pero estima que tiene una limitación del 30% en la movilidad de los brazos. Fue de los primeros en caer víctima de la pandemia. Ingresó en marzo en el Clínico. Le dieron el alta el 22 de mayo. Al principio, la recuperación iba a buen ritmo; pero luego se estancó. “Cuando el virus golpea fuerte como a mí, tienes más complicada la recuperación. Yo voy al psicólogo dos veces por semana. Por dentro estoy mal porque se me viene un panorama gris”, dice en alusión tanto a su salud como a su economía familiar.

María Socorro Fernández pone voz a muchos familiares. En su caso hubo suerte. Su marido, Francisco Espada, tras 39 días en la UCI y una traqueotomía, está totalmente recuperado. De hecho, suelen caminar juntos casi 10 kilómetros diarios. “Estoy feliz porque ha cogido peso, está bien y se encuentra fuerte. Está recuperado; vamos, perfecto”, explica su mujer con emoción en la voz.

Tres veces estuvo a punto de morir en los 82 días que permaneció en el hospital El Ángel. Aunque salió adelante, por la debilidad que sufría tras el Covid, cuando volvió a casa necesitaba andador. Cuenta Socorro que un día decidió soltar este artilugio y cogerse de su brazo. Y así hasta que por fin pudo volver a caminar por sí solo. “Temí mucho por su vida. Y él, después de que ya pasó todo me reconoció que llegó a pensar que se iba”, admite la mujer. Explica Socorro que son creyentes. Así que rezó y rezó. Está agradecida de que Paco haya vencido al coronavirus.

“Estoy en un periodo de felicidad. Lógicamente siento pena por lo que está pasando. Pero personalmente tengo alegría porque lo veo a él recuperado”, cuenta. Incluso añade que aunque ha pasado tiempo –su ingreso fue del 17 de marzo al 5 de junio–, las analíticas recogen que aún presenta anticuerpos frente al virus. Tienen dos nietos a los que últimamente ven poco. Siempre con mascarillas y sin abrazos. “Hay que protegerse”, advierte. Ella, que ha sufrido en su familia los efectos del Covid –aunque con final feliz y sin secuelas– insta a la población a respetar las medidas para evitar la propagación del virus. Y argumenta:“Hay que protegerse porque no sabemos cómo va a evolucionar la pandemia”.

Martín López aporta otra perspectiva: la de los sanitarios. Es enfermero de Medicina Interna e Infecciosos del Clínico, así que ha estado y sigue en primera línea de lucha contra la pandemia. “A los que no se ponen la mascarilla los llevaría al hospital, a que vieran a las personas que sufren”, dice. En los 35 años que lleva de enfermero se había enfrentado a muchos virus, pero admite que jamás había vivido una crisis sanitaria de esta intensidad.

“Nunca tuve miedo, pero sí el agobio de enfrentar algo nuevo. Al principio de la pandemia hubo más desorden y lo llevamos peor, hasta que nos acoplamos. Ahora estamos mejor organizados y ha habido un refuerzo de contratos”, sostiene. Resalta que ha habido más curados que fallecidos y que lo más duro ha sido “la soledad de los pacientes” –que tenían que estar aislados– e imaginar “la angustia de sus familiares que pasaban muchos días sin verlos”. Por eso dice que además de medicación, le daban toda la compañía que podían y confianza en que se curarían. “Yo siempre llegaba a mi casa muy satisfecho, quizás más que antes porque haciendo lo mismo, sentía que ayudaba más”, reflexiona.

Por primera vez se tuvo que poner un EPI. “Es incómodo para pinchar, para sondar. Tienes que llevar doble guante, las gafas se empañan y con la bata, sudas”, relata. Pero así tienen que trabajar con estos pacientes. Cuenta que debido a que van embutidos en el EPI, el enfermo nunca les ve la cara. “Pero nos reconocen por la voz”, explica. De modo que él es una de esas tantas voces que han acompañado en estos meses a los más de 2.700 enfermos que han tenido que ser hospitalizados en la provincia de Málaga.

Dolores López, médico internista del Hospital Regional, también ha estado y está en primera línea de lucha contra el Covid. Lleva siete meses tratando a pacientes con el virus y, de momento, sigue sin contagiarse. “No tengo miedo; respeto sí”, sostiene. Recuerda aquellos días de marzo en los que hubo que “desmontar” buena parte del hospital para hacer sitio a los pacientes ingresados por la pandemia. Un esfuerzo “ímprobo” de todo el personal que destaca especialmente.

“Hemos trabajado muchas horas en el hospital y también en casa porque había que tomar decisiones muy rápido”, explica. No sólo tenían que asistir a los enfermos, sino diseñar protocolos adaptados al Regional. Existía el antecedente del ébola, pero en el Covid había dos problemas: la alta contagiosidad y la falta de información científica. Asegura que ahora están mucho más preparados. “Hemos aprendido a usar mejor los fármacos; utilizarlos según quién y cuándo y a retirar aquellos que no aportan”.

El Covid ha sido el reto más grande al que se ha enfrentado. De esta experiencia destaca tres cosas:los enfermos a los que han salvado, la colaboración entre todas las categorías y especialidades del hospital para dar respuesta a la crisis sanitaria y el vínculo con los familiares. “Nosotros no estamos hechos de piedra, pero tomamos distancia para adoptar decisiones. Esa barrera se suele mantener. Pero en esta ocasión esa barrera la hemos perdido. Hemos saltado un escalón en la implicación emocional con las familias”, explica. Recuerda que para evitar la propagación del virus, los pacientes están aislados en el hospital. Y conmueve cuando agrega:“Ha habido hijos que nos han pedido ‘dígale a mi padre que lo quiero’ o que le entreguemos una foto de un nieto que ha hecho la comunión”.

Javier Reina trabaja en otro de los sitios más sensibles de esta pandemia:una residencia de mayores, la Seniors Vélez-Málaga, del grupo Korian. Reconoce que se enfrentan a una situación compleja. “Tenemos que mantener la estabilidad emocional y física de los residentes; que estén protegidos”, comenta. Un equipo multidisciplinar vela por ellos. La residencia ha reforzado la higiene y ha cambiado las actividades colectivas por otras individuales o en grupos muy reducidos. Hace ya varias semanas que tuvieron que suspender las visitas de los familiares. “Mantener los vínculos es muy necesario en las personas mayores. La tecnología nos está ayudando muchísimo porque lo solventamos con videollamadas a diario”, explica. Así no sólo un residente puede hablar con sus hijos, sino que también los profesionales pueden informar a las familias.

Reina apunta que aunque éstas viven con miedo la pandemia, los whatsapp sirven para llevarles tranquilidad ya que hacen frecuentes test, de cuyos resultados van informando a los familiares. “Hasta ahora estamos sin casos, crucemos los dedos. Hay que hacerlo bien, pero aparte hay que tener suerte”, señala. Reconoce que es la situación más difícil que le ha tocado afrontar. Explica que inciden mucho entre los trabajadores para que extremen las medidas de cara a evitar contagiarse porque si el virus llega de la calle es porque alguien lo introduce. Yañade: “Pero este es un trabajo vocacional y con el cariño de todos los que trabajamos aquí intentamos disminuir el impacto emocional de la pérdida de contacto con la familia”.

Julio, Socorro, Dolores, Martín y Javier cuentan la pandemia desde distintas ópticas. Unos han luchado contra el Covid como pacientes o familiares; otros siguen haciéndolo como profesionales. Y todos lanzan el mismo mensaje: responsabilidad para atajar la propagación del virus.

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