Los fallecidos nunca se van del todo porque quedan vivos para recordarlos, para llevar unas flores frescas a su tumba el Día de Todos los Santos, o cada mes. No desaparecen porque hay nietos jóvenes que cogen el testigo y son capaces de limpiar, adornar y rezar arrodillados por su ser querido. No importa acudir con mascarilla en mitad de la segunda ola de la pandemia. La necesidad es más imperiosa y las escenas en Parcemasa este 1 de noviembre recuerdan a las de todos los años. Pero sin caravanas de coches ni afluencia masiva, la mañana en el cementerio ha sido inusualmente tranquila. 

Elisa Gómez y su hermano visitan la sepultura de sus padres cada mes, incluso cada 20 días. “Ellos siempre tienen flores”, afirma, desde que murieron hace 11 y 5 años. “Es una forma de tenerlos presentes y pasar un rato con ellos, aunque sé que ya no están, así me siento más cerca”, comenta Elisa. Su padre compró la parcela para ser enterrado en tierra y no en un nicho. Desde entonces, los mármoles negros relucientes señalan el lugar de su último descanso. 



“Nos ha sorprendido que haya tan poca gente, siempre solemos venir un día antes para evitar aglomeraciones, pero hoy está todo muy tranquilo”, comenta Elisa. Cuando vienen en fechas no señaladas suelen estar prácticamente solos en el cementerio. 

A escasa distancia sorprende una tumba repleta de flores azules y blancas. En ella yace el hermano pequeño de Antonio, que murió cuando tan solo tenía dos años. Desde 2005, su padre acude a diario a pasar un rato con el bebé que perdió. El resto de la familia también. “Aquí siempre verás a alguien, mi hermano siempre tiene sus flores”, comenta Antonio. “Venir aquí es como una necesidad”, subraya. 

Francisco Cuenca, su hermana y su madre Ana visitan a los abuelos, al bisabuelo, a un tío que murió joven y a su hermana, que falleció con 46 años hace ocho ya. “Vengo cada 15 días o cada mes, solo estuve sin venir durante el confinamiento, pero en cuanto se abrió volvimos”, dice Ana. 

El día de los padres, de las madres, en cumpleaños y santos, en Navidad, en todas las festividades hacen partícipe a los suyos dedicándoles un rato frente a sus nichos, llevándoles flores, limpiando sus lápidas. “Algunos dicen que es una tontería pero yo hago lo que siente mi corazón, para mí es un recuerdo vivo”, explica Ana. Y ella, que intenta salir lo menos posible para no contagiarse, asegura que “para venir aquí no le tengo miedo al Covid”. 

“Nos ha sorprendido que haya poca gente, me esperaba la típica avalancha de todos los años, de hecho vinimos temprano para evitar colas y no había nadie”, agrega Francisco.  

Todos los meses de septiembre que puede, en el aniversario de la muerte de su abuelo paterno, Flavio acude al cementerio. En el mismo lugar descansan también los restos de su abuela, que murió hace 24 años cuando él aún no había nacido. “Tenemos unos valores que nos hacen distintos, unas tradiciones que nos marcan como pueblo y es importante defenderlas”, dice Flavio. 

Sostiene este joven que “están muy bien las fiestas que llegan de fuera, no lo discuto, pero esta es nuestra manera”. Su madre lo acompaña. Ella llegó a España desde Brasil cuando tenía 17 años y sus suegros la acogieron como una hija más, su agradecimiento es inmenso. “Hasta que me quede memoria estaré con ellos en mi corazón y en mi mente”, comenta. 

Un poco más arriba unas nietas arreglan el nicho de su abuelo porque, igual que lo visitaban en su casa cuando estaba vivo, ahora lo hacen en el cementerio. 

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